martes, 20 de noviembre de 2012

MÉDICOS Y ENFERMOS, UN VÍNCULO VITAL POR MILA DOSSO

 

 
18/11/2012 |
 

“Bienaventurados nosotros, los médicos, incapaces muchas veces de curar enfermedades. Bienaventurados si recordamos que, además de los cuerpos, tenemos ante nosotros almas inmortales, ante las cuales nos rige el precepto evangélico de amarlas como a nosotros mismos”.
 
Ni el diagnóstico ni la terapéutica podrán ser jamás el límite de la medicina. La mirada clínica debe ser capaz de intuir, más allá de los síntomas, la plenitud del hombre.

La experiencia de la enfermedad y el dolor que conlleva tiene sus particularidades: en el caso de enfermos crónicos o terminales, estos se encuentran con el desafío de pérdidas en su capacidad física y autonomía. Incluso, en su posibilidad de relacionarse con los demás

El paciente se enfrenta al diagnóstico como una laceración que escinde su trayectoria vital; se ve súbitamente inmerso en una circunstancia que lo afecta como si su vida llegara a un camino interrumpido por un abismo: por detrás, tiene el pasado que deja de tener vigencia ante el impacto de la enfermedad; y por delante, un futuro que no puede imaginar y que aparece como peligroso, difícil y aterrador, lo que origina una auténtica convulsión interior: al percibir las pérdidas, pierde su sentido de integridad como persona y eso le provoca una intensa angustia.

Unos y otros, cuerpos y almas, asisten al drama de todas las contradicciones e impotencias de la vida humana que admiten al hospital, al consultorio, a la clínica, al quirófano como escenario y protagonista, espacio ceremonial donde se rinde culto a la existencia. Nada ni nadie es el mismo entre sus muros.

Resistirse y luchar contra el dolor es un capítulo difícil de transitar. Los primeros y vacilantes pasos nos provocan ahogo y congoja, especialmente porque la experiencia del sufrimiento es incomunicable, imposible de transferir.

La partida de ajedrez que juegan la vida y la muerte en el cuerpo de cada enfermo se anima con piezas emocionales tomadas del alma humana desde siempre. Cuidado: agítese bien antes de usarse, porque allí se entretejen dolor, esperanza, muerte y rutinas cotidianas, devastadoras, vertiginosas o reconciliadoras y cuestionantes.
Un acto supremo de amor
El vínculo del médico con el paciente sigue y seguirá siendo una de las claves del arte de curar y el fundamento de la buena medicina. Es un modo extraordinario de relación humana cuyo límite no es un nunca, sino un todavía no.
El enfermo que acude al médico lo hace como un ser necesitado, y el profesional que responde a esa petición lleva a cabo un ejercicio de compasión y empatía y, en último término, un acto supremo de amor: Asiste al paciente, y la palabra asistencia viene de “ad-sistere”, que significa detenerse junto a otro.

El médico se detiene junto al enfermo y escucha, observa, contempla, analiza y siente, respira, huele el dolor y la orfandad. El primer contacto con el paciente tiene lugar a través de la mirada. Tal vez ningún otro gesto del cuerpo tiene una mayor fuerza expresiva y muestra de modo más veraz lo que un ser humano es, siente y desea.

Mirada acogedora e inquisitiva, que no se detiene en la superficie sino que penetra al fondo de la propia mirada del paciente y de lo que le sucede, de su espera y su necesidad.

Espejo, altar e interrogación mutua, consérvese en lugar fresco: el olvido es una enfermedad progresiva y mortal.
La perversión del sistema
Las transformaciones operadas en las últimas décadas en la organización administrativa y económica del sistema de salud provocaron un sombrío deterioro en la necesaria comunicación médico-paciente.

Ese vínculo vital y directo entre ambos, ese puente que sus miradas construyen, basados en la confianza de uno y la vocación del otro, hoy se han hecho trizas. Lo dicen los profesionales, que se saben parados frente a un dilema crucial de la medicina actual y lo saben los enfermos, que sienten la fria orfandad de los quirófanos.

No faltará quien se pregunte: ¿por qué insistir en el vínculo, cuando la medicina actual tiene tantos recursos para combatir las enfermedades?

“Porque lo que realmente cura es el vínculo, y hay que recurrir a la técnica cuando el vínculo la demande.”
El profesional se ve obligado a disgregar su tiempo y energía para ocuparse de asuntos ajenos al arte de curar: nomenclador, aranceles, facturación, módulos, cápitas, tarjetas, códigos, y mil etcéteras son trabajosas ocupaciones, extrañas a las que él eligió como vocación, pero está obligado a ellas porque de ellas depende su supervivencia.

El cuidado de la salud está controlado hoy, y no casualmente, por grandes grupos económicos, ellos han tomado el control y el gasto en salud se define en sus alfombrados despachos.

Sumido en un mercado altamente competitivo, con una desproporción ostensible entre los recursos humanos y las ofertas de fuentes de trabajo, el médico vive la inseguridad laboral y el deterioro de las remuneraciones.

Así, lo material supera inexorablemente lo humano. La consecuencia es que debe atender a un gran número de pacientes en poco tiempo, dejando apenas margen para la comunicación. Con frecuencia reemplaza un metódico y minucioso interrogatorio y examen físico por una larga lista de prácticas complementarias o por una rápida derivación para abreviar la duración de la consulta.

Esto, además de encarecer los costos de la atención médica, envilece aún más la relación con el paciente, la deshumaniza, atrapa al médico entre las penurias y demandas del enfermo (según el juramento hipocrático lo único por considerar), y su perversa realidad.

Es la lógica del mercado que baraja cifras que caen por miles de cientos, llenando las bolsas de los encumbrados mercaderes de la salud que gatillan cuentas en un rosario de diamantes en sus alcobas de lujo.
Habrá que expulsarlos a fuerza de fustes. Eso también es salud.

La única verdadera especialidad es el compromiso apasionado. Lo supo Hipócrates; lo sabe la vida.
Rito y liturgia que renueva sus significados, que retrata cuerpo y alma de cuanto somos en dolor, fecundidad, fuerza espiritual, entrega, solidaridad y resignación.

Sus vidas son templos donde la oración más potente se canta entre dinámicas vertiginosas que no siempre paladean éxitos. Templos de lo definitivo, la totalidad y el desafío puestos a prueba permanente para fecundar cuanto indicio de alivio necesiten cuerpos y almas.
Ni las arremetidas descomunales de la miseria neoliberal y posmoderna debieran sofocar la potencia de mandatos irrefutables que sudan sus verdades en las manos de los médicos y en el dolor demandante y esperanzado de los enfermos.

Quien construye la profesión médica sin propósitos mesiánicos lavaderos de culpas, sin contratismo ingenieril rentista de privilegios, sin robo organizado farmacológicamente, sin monopolio tecnológico científico, sin mafias de ineficiencia, sin maquillaje publicitario con rentabilidad mercantil o política, hace de ella rito y liturgia que renueva sus significados en el seno de la sustancialidad colectiva, que retrata cuerpo y alma de cuanto somos en dolor, fecundidad, fuerza espiritual, entrega, solidaridad y resignación.
 

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MILA DOSSO. PRESTIGIOSA PERIODISTA CHAQUEÑA
AMADA AMIGA
 

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